7.4.11

la abeja invisible

ésta es la fábula 

 *


Un hombre nuevo salió de abajo de la silla donde se resguardaba junto con el gato.
Al salir a la calle dudó sobre qué lado era ir hacia la derecha y cuál hacia la izquierda.
Pensó que eso era algo nuevo realmente, impresionado, porque si algo lo había caracterizado siempre era el sentido de la orientación.
Y el primer día del hombre nuevo fue sin dirección que pudiera decirse precisada por una coordenada espacial. El ruido de los autos no impedía que oyera el ruido de sus zapatos contra las baldosas de la vereda. Y el hombre caminó sin rumbo más que su parecer.
Vio el cielo celeste, las nubes fugaces que se evaporaban o se volaban o desaparecían, el calor podía verse flotar sobre el asfalto y los árboles eran grandes y sus copas eran más grandes aún y llenas de hojas. Había perros, había niños y mujeres. Hombres, pocos, debían estar en sus trabajos. Y entonces había en la calle perros, viejos, madres y bebés. Todo esto le despertó una sensación de bienestar que recibió con cándidos ojos hasta llenar su cuerpo en un suspiro musical del aire caliente del mediodía del final del verano.
Sin embargo en las baldosas de rayas pequeñas no pudo evitar sentir inquietud. Al apretar los dientes se le taparon los oídos y un momento después comenzaba a distinguir una presión en la nuca que subía hacia la cabeza, que le dolía dándole la vuelta completamente hasta llegar a la frente.
Momentos después sintió en su cabeza misma un vacío que, al parecer, lo aspiraba hacia adentro y en consecuencia los ojos se le hundieron hasta hacerse muy oscuros, del color oscuro del espacio o de un pozo.
Todo era confuso, decepcionante y deprimente. Ya en su casa optó por intentar el beneficio de una cena. Pero ni aún un fresco sándwich pudo. Y se fue a dormir dolorido y apenado.
¡Me arrepiento de todo! Dijo entre dientes y furioso, con pena. Finalmente nada cambió y estoy aún peor que antes, ya no soy en mi cuerpo alguien hacia afuera.